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"Siniestralidad vial: el origen del que nadie habla"

Versión extendida del artículo "Siniestralidad vial: el origen del que nadie habla", publicado en El Nuevo Diario, el 16 de septiembre del 2017 (enlace):


Por fortuna para todos, desde hace un año aproximadamente se ha iniciado en nuestro país un movimiento ciudadano de repulsa contra la siniestralidad vial. La historia de Eduardo Bolaños Morales, fallecido el pasado diciembre a los 29 años tras ser arrojado de la carretera Managua-El Crucero por Douglas Hernández Mendoza, de 22 años, quien conducía un autobús interurbano, dejando huérfano de padre a un niño de tres años. La historia de Ana Fabiola Vargas Tapia, de 28 años, que falleció en marzo de este año cuando Dany Vicente Ramírez, de 26 años, estrelló la ruta 164 contra un contenedor de basura en la calle de El Dorado. Fabiola, que iniciaba una nueva etapa laboral, dejó en la orfandad a una niña de 4 años. O la historia de Cleydi Yunieth Puerta Garay, de 29 años, que falleció junto con sus hijos María Belén y Mario José, de 4 y 2 años respectivamente, e Israel Antonio Pérez Vanegas, de 34 años, en el kilómetro 61.2 de la carretera Nandaime-Jinotepe, tras ser embestidos por Hubert Silva. Historias que han trascendido a la opinión pública y que nos han impactado y sensibilizado contra la siniestralidad vial, pero que se repiten de forma anónima día tras día en nuestras carreteras.


Quienes conducimos a diario en la ciudad de Managua, sabemos bien cuál es el grado de violencia a la que estamos expuestos todos en la vía pública, y cómo esta violencia nos afecta diariamente, más allá del siniestro vial consumado, que es su manifestación más terrorífica. Ni hablar ya de las vivencias de los peatones, que en gran parte de las vías urbanas no cuentan con aceras transitables o lugares seguros y accesibles para cruzar la vía, sobre todo para las personas de movilidad reducida, que se convierten de facto en prisioneras de sus viviendas. Estrés, ansiedad, cansancio, limitaciones a la movilidad y a la libre circulación.... Aspectos todos que inciden en nuestra vida familiar y en nuestro desempeño laboral. Celebramos la apertura y mejora de vías de tránsito en la capital, el desempeño de la Policía de tránsito regulando el tráfico, y los gestos que manifiestan el compromiso cívico de organizaciones privadas e instituciones públicas en la prevención de la siniestralidad vial. Sin embargo, echamos de menos un aspecto importante en el abordaje de las políticas actuales en este tema: el enfoque de género. A pesar de la falta de datos disponibles en las estadísticas de la Policía Nacional, a nadie se nos escapa que la mayor parte de los siniestros están provocados por conductores del sexo masculino. Lo dicen también todos los estudios sobre la materia. Y no porque haya más conductores varones, sino porque proporcionalmente ellos provocan un mayor número de siniestros. Los hombres matan más, se autolesionan más y se siniestran más. ¿Por qué?


En primer lugar, porque en nuestra sociedad, un hombre es menos hombre cuando no demuestra su fuerza y su dominio del espacio público, su habilidad en el uso del vehículo, y su superior agilidad. Esto se vincula con un estilo de manejo donde habitualmente se excede la velocidad, se aventaja de forma indebida y se irrespetan las señales, porque en la loca carrera del “ser más” hombre, todo vale. Ello, unido a las conductas de riesgo asociadas a la masculinidad como la sobreingesta de alcohol, explica gran parte de la siniestralidad actual.


Y en segundo lugar, porque es sabido que los siniestros de tránsito no son “accidentales”, sino que son la expresión más extrema de la violencia vial, y la violencia no es algo natural ni irremediable. La violencia es algo que se aprende y se transmite a través de las instituciones sociales, y que se puede prevenir. Para ello debemos prestar atención a las causas, y trabajar sobre ellas. Las multas y la cárcel es un remedo de escasa efectividad para abordar un problema cuando los factores causales ya están dados.


No es un problema sencillo obviamente, pero la prevención es mucho menos costosa, mucho menos dolorosa y mucho más efectiva en la lucha contra la violencia, a lo largo de sus múltiples expresiones. Y en esto, todos estamos implicados. Empezando por las propias familias, cuyo modelo de crianza se basa irremediablemente en el uso de la violencia a través del grito, el zarandeo, la nalgueada, el desprecio, la represión, la humillación pública y de otras formas de violencia física, emocional y verbal. Pero no sólo, porque a través de otras instituciones, esa cultura de la violencia también se reproduce, y desde el mismo momento del nacimiento, donde la ignorada e incomprendida violencia obstétrica deja una primera huella sobre el organismo del recién nacido.


Profundizando más en el tema, Allan Schore, investigador de La Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), recientemente ha encontrado que la violencia afecta de manera más profunda a los bebés de sexo masculino que a los de sexo femenino durante la etapa primal, la cual comprende desde la gestación hasta el primer o segundo año de vida, según adoptemos un enfoque más o menos estricto. Esto explicaría el mayor predominio de los trastornos de conducta entre los niños y adolescentes varones, y su mayor tendencia a desarrollar un comportamiento agresivo y cruel, a consumir drogas, a delinquir y a ejercer a violencia en la etapa adulta.


Ciertamente, que paradigmático que sean precisamente los varones, los que comúnmente son tratados con más rudeza en la infancia para construirles un carácter “fuerte”, los más vulnerables a la violencia en la etapa primal.

Por tanto, si queremos todos vivir en un país menos violento, con menos siniestros, con más paz, debemos empezar por la base, implementando medidas para transformar el modelo de crianza y para apoyar a las personas que están directamente involucradas en esos cuidados. Y aquí, en un país donde la violencia contra las niñas y los niños está culturalmente aceptada, la sociedad todavía tiene mucho que reflexionar sobre las graves consecuencias que genera este modelo de crianza.



María Augusta Rodrigues Ribeiro

Madre, economista y especialista en género



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